jueves, 18 de junio de 2009

EL MITO DE LA VÍA FLUVIAL INTEROCEÁNICA

Autor: Alejandro Santillán Magaldi (Pañacocha, 13 de mayo de 2009)

En la molicie cotidiana de una pequeña población, hay cosas que rompen el tedio y el esperar que un papel que autoriza un sueño recorra los quisquillosos chaquiñanes de la burocracia de las oficinas de varios ministerios en Quito y Guayaquil, hasta convertirse en un permiso para navegar en los ríos amazónicos, fue tiempo más que suficiente para que Norberto Novik, el Capitán; Inti Arcos, biólogo y ecólogo; Alejandro Lazatti, guía profesional de alta montaña y Pablo Beler, músico y constructor de instrumentos, se convirtieran en Coca en personajes de fábula, capaces de alimentar las fantasías de las colegialas y las nostalgias aventureras de los que vinieron a colonizar las selvas orientales. A ellos nos hemos sumado ahora, Siegmund Thies, colega y amigo con el que laboramos más de diez años como trabajadores independientes para varias cadenas de televisión alemanas, y quien esto escribe.
Pero la espera también fue tiempo para que la Marina Nacional adoptara como suyo este proyecto, que llevaría además al tricolor nacional a ondear en el Amazonas. Y es por eso que el día de la partida, en un acto emotivo, se juntaron el Comandante Marco Salinas, Director de Intereses Marítimos, el Teniente de Navío, Jorge López, el Prefecto Provincial Zambrano, Natalia Greene de la Fundación Pachamama, Pedro Gonzales, Gerente del Gran Hotel Coca y un gran número de maestros, periodistas y amigos para despedir a los viajeros y resaltar la importancia de dejar bajo tierra al petróleo del Parque Nacional Yasuní.
Tras los discursos, con los estudiantes de los colegios de la ciudad uniformados y abanderados a lo largo del muelle, y los músicos locales entonando a todo pulmón: “...Todo lo que quise yo, tuve que dejarlo lejos...”, el Andarele empezó a navegar lenta, pero elegantemente, en dirección al Amazonas. Con una vela genovesa y una mayor, y un motor alimentado por energía solar de tres caballos de fuerza, que produce apenas un leve ronroneo, el catamarán fue cobrando velocidad a lo largo de treinta kilómetros, y avanzando imperturbable entre el rugido atronador de los deslizadores que iban y venían desde los muelles de los pozos petroleros.
Pero muy pronto la emblemática canción “...Todo lo que quise yo, tuve que dejarlo lejos…”, se convirtió en una cruel ironía. Después de una curva cerrada, Inti y Alejandro Lazzati, que cabalgaban como punteros sobre el casquete de proa gritaron: “¡...Bajos... bajos a estribor...!”, e hicieron saltar la alarma. “¡A babor Capi...!”, alcanzó a exclamar Pablo Beler desde los mapas satelitales, y el Capitán Novik, moviendo el timón con una desesperación mal reprimida, sorteó un bajo y evitó un tronco enterrado, cuando un remezón nos indicó que habíamos tocado fondo. Rápidamente puso el motor en reversa, la nave se agitó convulsivamente pero todo fue inútil.
“¡…Estamos varados...!”, gritó el Capitán, “¡...Todos al río...!” Con el agua a la cintura, empujando a proa y a popa con cuidado para no estropear los timones, cavando en el fondo turbulento del río, estuvimos más de una hora, cuando una enorme canoa de metal se acercó, espolvoreó una nube subacuática de arena y se clavó en el lecho traicionero del Napo. “¡...Así que esta va a ser la vía fluvial interoceánica...!”, comentó el Inti Arcos con una sonora carcajada. Y tenía toda la razón, aunque en esta embancada nos ayudó a salir el Sgto. Paredes con sus hombres y su lancha de la Marina, en los días siguientes seríamos testigos de cómo embarcaciones pequeñas y grandes gabarras quedaban atascadas en el fondo del río.
“Antes no era así...”, nos dice Juan Baquero, quechua del Napo, habitante de Pañacocha. “…Era un cauce hondo, seguro, y ahora los motores de las petroleras han dañando las orillas...”. “Claro pues...!”, ratifica el Inti y después de algunas interjecciones intraducibles, asume el discurso académico de un máster en biología hidráulica; “...Esta sedimentación es el resultado de la deforestación y la erosión arriba en los Andes, que hacen que baje más tierra sedimentaria que aquí en la Amazonía está agravada por el corte del bosque primario, ya no quedan árboles grandes. Los árboles pequeños del bosque secundario no tienen raíces profundas capaces de sostener las orillas y con la acción de los grandes motores de los deslizadores de las petroleras, van minando, van derrumbando las tierras de las orillas, y así van apareciendo nuevos bancos de arena y van haciéndose más grandes los que existen. Es una locura pensar en estas condiciones en tratar de usar barcos todavía más grandes, como requeriría la famosa vía fluvial interoceánica”. Con la incuestionable sabiduría de quien ha conocido el río toda su vida, Juan Baquero añade con parsimonia: “...aunque se pasen dragando la vida entera, el río va a seguir llenándose de arena, los que vivimos aquí sabemos por experiencia, les hemos dicho, pero no nos hacen caso...”.
Quito es un nombre que suena aquí tan lejano como la China. Ojalá los técnicos que desde el lejano Quito concibieron que el Napo sea parte del eje vial Manta-Manaos, escuchen los argumentos científicos y la sabia experiencia de los habitantes del río: de lo contrario el famoso eje vial será sólo un mito muy costoso para la economía del país y para la naturaleza, y será además irremediablemente inútil.

(Recopilado por: Dr. José Rafael Núñez y Prof. Gerardo Ron)

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